viernes, 9 de julio de 2021

EUROPA EN LLAMAS: EL ESTALLIDO DE LA I GUERRA MUNDIAL. EL ABISMO

19 de julio, residencia privada del Ministro de Exteriores austriaco, Leopold Von Berchtold. Reina la tensión en el ambiente. El gobierno está reunido de emergencia para decidir qué paso tomar tras las constantes negativas serbias a colaborar en la investigación del atentado de Sarajevo. Además, saben que Rusia apoya a los serbios en esta crisis, lo que enciende aún más los ánimos en el gabinete. ¿Hay que seguir adelante con la diplomacia y lanzar un ultimátum o empezar una guerra no declarada? Tras tres días de intensos debates, se decide enviar un ultimátum a Serbia. Este sería enviado la tarde del 23 de julio, concediendo 48h al gobierno de Pasic para responder. Sin embargo, lo que no quedaba tan claro era qué iba a ocurrir después de la respuesta serbia. El general Conrad Von Hotzendörf afirmó que en caso de que esta fuera negativa y desembocase en un conflicto armado, el Ejército Imperial estaba perfectamente preparado. No solo para atacar Serbia, sino para defender las fronteras de un ataque de Rumanía (nación que llevaba años deseando expandir su territorio, especialmente la región austrohúngara de Transilvania), y las fronteras orientales (la región de Galitzia, parte de las actuales Polonia y Ucrania) de un ataque ruso. Ya iniciada la guerra, pocas semanas más tarde, estos argumentos se vinieron abajo: Austria-Hungría sufrió graves derrotas a manos de los serbios y los rusos.

Volvamos al ultimátum. ¿Y si el gobierno serbio respondía favorablemente? Por increíble que parezca, apenas se tuvo en cuenta este escenario. El gobierno austriaco parecía más empeñado en humillar a Serbia que en buscar una salida al conflicto diplomático. Incluso el Conde húngaro István Tisza, anteriormente partidario del diálogo, empezaba a ver con buenos ojos una limitada intervención militar. De forma resumida, el ultimátum austriaco no era demasiado exigente. Entre lo más destacado, se reclama a Serbia lo siguiente:

1.  Eliminación de la propaganda anti-austriaca y los medios que la difunden.

2.  Detención y juicio de todas aquellas personas implicadas en el atentado, incluidos funcionarios, políticos y militares.

3. Aceptar la colaboración del Gobierno Imperial de Austria-Hungría para acabar con las organizaciones radicales nacionalistas.

4.  Permitir la entrada de delegados y policías austriacos en territorio serbio para investigar el atentado.

Por un lado, dicho documento fue recibido con cierto asombro entre los gobiernos europeos. Franceses y británicos; posteriormente hablaré de su papel en esta crisis; no podían creer lo que estaban viendo. Austria estaba humillando diplomáticamente a Serbia. Rusia redobló su apoyo a esta tras conocer el documento. La situación se complicaba cada vez más.

Belgrado. Mañana del 23 de julio. El embajador austriaco (Barón Wladimir Giesl) telefonea al Ministerio de Asuntos Exteriores serbio para informar de la entrega del ultimátum. Nikola Pasic se reúne con su gobierno de urgencia esa misma noche. Para el gabinete serbio, no hay lugar a dudas, es imposible aceptar todas las exigencias austriacas. "Una imposibilidad absoluta para cualquier Estado que tenga una mínima consideración por su dignidad". Sin embargo, Pasic también es consciente de lo arriesgado de entrar en guerra (pese al apoyo ruso), por ello, decide demorar la respuesta final e intentar responder a Austria con firmeza, pero dejando abierta la vía diplomática. El destino de su país dependía de la respuesta que dieran a Austria. Todo estaba al límite.

¿Y qué hay de Gran Bretaña? Durante el transcurso de las primeras semanas de julio, el Gobierno británico no había prestado demasiada atención a lo que sucedía en Los Balcanes. Bastantes problemas internos tenían en ese momento, principalmente, la aprobación de un nuevo Estatuto de Autonomía para Irlanda (con la siempre difícil cuestión del Ulster de por medio). Como ya hemos comentado antes, el ultimátum austriaco a Serbia fue recibido con sorpresa e indignación. El Primer Ministro, el Liberal Herbert Henry Asquith y su Ministro de Exteriores, Sir Edward Grey; empezaron a tratar la crisis diplomática en las reuniones del gabinete. La preocupación iba en aumento, pues los británicos no solo temían que Alemania desencadenara una guerra, sino también que la defensa rusa de Serbia arrastrara a Francia (ambos aliados suyos) y llevase la situación a un punto de no retorno.

Pero antes de continuar, señalemos la situación de Gran Bretaña en 1914. A inicios del siglo XX, Gran Bretaña podía ser considerada sin reparos la primera potencia mundial. Poseía el mayor Imperio Colonial del planeta: abarcaba La India, buena parte de África, los Dominios del Canadá, Australia y Nueva Zelanda, ciudades como Hong Kong y numerosas islas del Caribe. No solo eso, sino que además su poderosa y gigantesca Armada (Royal Navy) garantizaba su supremacía económica y militar desde un siglo antes. A pesar de todo esto, también había sufrido cierta inestabilidad, conflictos bélicos (Guerras de los Bóers) y algo realmente grave, aislamiento y falta de alianzas. En 1900, la diplomacia se puso manos a la obra. Se buscó inicialmente un acuerdo con Alemania. El propio Káiser Guillermo II tenía sangre británica y decidió apoyarlo. Sin embargo, las reservas de ambos países con respecto al poderío naval (Alemania estaba empezando a formar una moderna y fuerte Armada para rivalizar con la británica) y el temor alemán a ver su poder debilitado en Europa; recordemos que desde 1871, Alemania había crecido política y económicamente como ninguna otra nación europea, poniéndose a la cabeza; impidieron cualquier acuerdo[1].

Así pues, los británicos decidieron acercarse al que había sido su principal rival durante siglos: Francia. Esta alianza clave para Europa resultó difícil desde el principio, pues ambos países habían estado al borde de una guerra colonial (los franceses también tenían colonias en África y además habían conseguido una relativa estabilidad política y económica tras el desastre de 1871, lo cual tuvo bastante mérito) en 1898 y no confiaban para nada el uno en el otro. Gracias al rey Eduardo VII y su amor por todo lo francés; especialmente el vino, la comida y las mujeres; se logró establecer la llamada Entente Cordiale en 1904.

La alianza con Rusia tampoco estuvo exenta de dificultades. Ambas naciones eran imperios, y en concreto los rusos se estaban expandiendo cada vez más rápido[2], llegando a amenazar las fronteras coloniales británicas en La India y Persia. En Inglaterra, los rusos eran vistos como enemigos más que como amigos. ¿Qué ocurrió para pasar de la desconfianza a la amistad? La respuesta: Francia. La creación de la Entente Cordiale hizo que los galos convencieran a sus aliados ingleses de la necesidad de reforzar la alianza sumando a Rusia. Además, rusos y británicos había zanjado sus disputas fronterizas. 1907, había nacido la Triple Entente, que constituyó la base política de los Aliados durante la Primera Guerra Mundial.

24 de julio de 1914. El gobierno británico, ante la gravedad de la situación; que empeora a cada día que pasa; decide actuar. Propone una conferencia internacional para frenar la escalada de tensión y buscar una salida negociada. La idea es aceptada por Rusia, Francia e Italia (aliada de Austria-Hungría y Alemania desde 1882, se mantuvo prudentemente al margen de la Crisis de julio). Por desgracia, Alemania rechaza participar, no estaba dispuesta a ceder ni dar un paso atrás en su apoyo a Austria. El Káiser exigía a su aliado contundencia cuanto antes, y los británicos se preguntaban: ¿vamos a ir a la guerra por Serbia?. El tiempo de la diplomacia se agotaba irremediablemente.

Así pues, llegó el día 25. Fecha límite para responder al ultimátum austriaco. El gobierno serbio aceptó con reservas todos los puntos excepto los referidos a la eliminación de las organizaciones nacionalistas y la entrada de la policía austriaca en Serbia. Consideró ambas exigencias una violación inaceptable de su soberanía. Esta respuesta no satisfizo al gobierno austriaco, que empezó a tomar las primeras medidas prebélicas: ruptura de las relaciones diplomáticas y movilización parcial del ejército. Los británicos, por si las moscas, decidieron poner a su Armada en estado de prealerta, y por si fuera poco, Rusia advirtió a Austria de que movilizaría su enorme ejército para defender a Serbia. Nada de esto disuadió a Viena, al contrario, aceleró sus preparativos para entrar en guerra. El conflicto bélico estaba ya en marcha.

Todavía hubo un último y desesperado intento para evitar la guerra. El Zar Nicolás II le pidió personalmente al Káiser Guillermo II (que además era su primo) que detuviera la movilización militar austriaca. Fracasó.

Martes 28 de julio. Exactamente un mes después del atentado mortal de Sarajevo. En su escritorio del palacio de Bad Ischl, el Emperador Francisco José I; contra su voluntad, pues era contrario a empezar un conflicto bélico; firma la declaración de guerra de Austria-Hungría contra Serbia. Entre el 28 de julio y el 4 de agosto, Rusia movilizó a sus tropas y declaró la guerra a Austria. Al mismo tiempo, Alemania se la declaró a Rusia y a Francia (obligada a ir de la mano con los rusos para hacer frente a los germanos) e invadió Luxemburgo y Bélgica[3]. Finalmente y tras muchas dudas, el Gran Bretaña entró en guerra contra Alemania para defender a la neutral Bélgica del ataque germano. Europa, tras 100 años de paz, estabilidad, prosperidad y progreso, volvió a estar enfrentada.

Vista la sucesión de acontecimientos, ¿quién tuvo mayor responsabilidad en el inicio del conflicto? En mi opinión, todos tuvieron su parte de culpa. Me explico. Serbia, aunque intentó evitar la guerra a toda costa, cometió graves errores diplomáticos y políticos que la condujeron a una situación insalvable. El Imperio Austrohúngaro se dejó llevar por las presiones alemanas y los impulsos belicistas de sus dirigentes políticos y militares, dejando de lado la moderación y tomando el camino del enfrentamiento[4]. Rusia, aunque es verdad que no entró en guerra primero, llevó al límite su apoyo a los serbios, amenazando a Austria y forzando a sus aliados a tomar partido. Esto alejó claramente las opciones de una salida pacífica a la crisis. Alemania tuvo buena parte de responsabilidad. Sus constantes presiones políticas, sumadas a un incondicional apoyo a Austria condujeron a inicio de las hostilidades. Además, en ningún momento buscó rebajar la tensión y rechazó cualquier iniciativa de paz. Por último, Gran Bretaña fue la única potencia que intentó realmente evitar la guerra, si bien cierto que tardó en hacer frente a la crisis.

En apenas una semana, las distintas alianzas y planes militares se activaron rápidamente. Mientras al mismo tiempo, el nacionalismo serbio y las rivalidades territoriales y políticas en los Balcanes y Centroeuropa mostraron su peor cara para llevar a Europa (y al resto del planeta) a una guerra total, brutal e implacable. La Primera Guerra Mundial; primera gran tragedia del siglo XX; acababa de comenzar.         

 

 

Fuentes:

MacMillan, Margaret. 1914. De la paz a la guerra. Madrid, Turner, 2013.

Clark, Christopher. Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2017.

Willmott, H.P. La Primera Guerra Mundial. Barcelona, Inédita Editores, 2004.

 

 

  



[1] Resulta interesante especular qué hubiera podido ocurrir en 1914 si Gran Bretaña y Alemania hubieran sido aliados, ¿se hubiera podido impedir la guerra? Nunca lo sabremos.

[2] El desarrollo económico y político no fueron a la misma velocidad.

[3] Alemania llevaba años preparando estas operaciones militares a conciencia.

[4] Cabe preguntarse si una reacción más firme y rápida en los días siguientes al atentado hubiera sido más eficaz.












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